jueves, 4 de enero de 2024

EI ardid del fotógrafo


E
I ardid del fotógrafo es trasla­darnos a un siglo con tal escepticismo que pudiera ser perfec­tamente un siglo de alucinaciones. A veces no sabemos encontrar cuanto de ingenio y talento tuvo que desplegar el artista. Puede que una imagen sea valiosa porque el acontecimiento es, en sí mismo, fotografía.

En sus obras, las escenas son en ocasiones irrelevantes, sin embargo él o ella activa su lente y persigue la lírica de una jornada convirtiendo -y es aquí donde hay estatura de artista- la estampa efímera en hechos trascendentales, casi noticiosos. Es su visión de la realidad lo que dimensiona su obra. Su encuadre y composición son de rigurosa manufactura estética, así como la imágenes retóricas que es capaz de crear ese fotógrafo a partir de un texto visual cuya poesía se ha maltratado por la premura de los relojes y que él, o ella recupera con paciencia artesanal.

Su preocupación es siempre el ser humano. Su mundo y su trabajo por transformarlo, así como el entorno espiritual y material que define su comportamiento. Aunque no está exento de humor, no considero que la risa sea la respuesta inmediata del público ante su obra, pero si en ocasiones nos hace reír con la curiosidad del lente de la cámara que no pude disfrazar la escena. Tal vez sólo esbocemos la casi sádica sonrisa de la Gioconda cuando descubrimos la sutileza del artista para atrapar la cotidianeidad de una labor o la fusión sugerente de los elementos en el espacio. Pienso en una foto que vi de un gran fotógrafo donde una estatua parece huir ante la señal de tránsito que indica el paso de los peatones y que nos trae varias lecturas.

Su agudeza para descubrir fotografías en todo cuanto mira, me hace dudar de otros creadores a quienes la realidad benevolente les regala imágenes imperiosamente reseñable, pongamos por ejemplo a cualquier pintor. Claro que existe mérito en aquel que, no obstante, imprime un criterio artístico a esa realidad, pero pienso que hay mayor mérito en el que de todo hace una obra de arte.

Un fotógrafo le devuelve a la realidad adormecida y fugaz una realidad superada por la grandeza creadora de quien sabe amarla bien. He visto muestras que no necesitan palabras de catálogo porque merecen estar desnuda de cualquier texto. Esos fotógrafos nos dan millones de palabras apresadas, atando un discurso de evocaciones. Cada fotografía más que una historia, parece contarnos una leyenda con halito de contemporaneidad. Escenas de todas partes, de todos los tiempos, en cualquier lugar, que únicamente retornan al presente para aventurarnos a un nuevo siglo tan alucinado y tremendamente humano como el que germina dentro de nosotros.

Hoy nuestros teléfonos también nos regala imágenes impresionantes, podemos decir que ya cualquiera es fotógrafo, pero recordemos que sólo aquel que de veras esa sea su profesión se dedica con amor a tal azaña o proesa.

Roberto Fernandez