domingo, 24 de diciembre de 2023

Roberto Fernandez

Derechos de Autor®

Género: Cuento


YO SOY EL ÁRBOL DE NAVIDAD



Había una vez un hombre que estaba completamente loco, pero en cambio, tenía los sentimientos más nobles y puros que nadie hubiera podido imaginar… Su locura inofensiva lo llevaba a creerse que él era un árbol de Navidad y como tal actuaba… Sí, el pobre loco se creía que podía convertirse en ese árbol que en los día festivos de la Navidad, los devotos cristianos adornan sus casas para deleite de los niños y para festejar el Advenimiento a la tierra del Hijo de Dios… Sí, él creía ser un árbol de Navidad… Imagínenselo cubriendo todo su cuerpo de aguinaldos de colores, bombillas multicolores y ramitas y, para satisfacción de los niños del lugar, se paseaba frente a la Escuela Primaria del pequeño pueblo a la vez que gritaba a todo pulmón: 


-¡Yo soy un árbol de Navidad!… Sí, yo soy el árbol de Navidad de los niños!…


Todos los niños del lugar corrían desesperados para ver al árbol navideño representado por aquel pobre e inofensivo orate. Sólo los maestros se disgustaban con la presencia del loco, pues pensaban que éste no permitía que los niños se concentraran en los estudios. Cada vez que la Directiva de la escuela efectuaba una reunión, no faltaba un profesor que se quejara de la presencia del loco en la entrada o en los jardines de la escuela. Esto motivaba el enojo de los ya mencionados maestros del plantel.


-Lo mejor que podemos hacer, señor Director, es sacarlo de aquí a patadas para que se crea un árbol en otro lugar que no sea la escuela y sus alrededores. -decía la maestra de español.


-En New York, hay muchos lugares para hacer esas locuras. ¿Por qué tuvo, precisamente, de antojarse de venir a molestar a esta escuela? Reclamaba el director.


Nada, que este era el teque de todos los días en el análisis educacional. Y así, pasaban los días, y el loco seguía rodeado de niños de todas las edades que le gritaban:


-¡Loco, tú eres nuestro árbol navideño!

-Navidad, Navidad, linda Navidad…

-¡Nosotros te queremos mucho…!


Y el pobre loco era el hombre más feliz del planeta Tierra. Pero un día, unas de las profesoras más salidas del plato, le gritó en plena cara:


Oye, loco, desaparece de este lugar, tu presencia da repugnancia. ¡Ve te…! ¡Aquí ni te queremos…! ¡Vete…!


El pobre desquiciado al oír eso, sintió como si su corazón fuera a estallar dentro del pecho. Entonces, mirando a los niños, con una mirada de incredulidad y tristeza incomparable, movió unas de sus ramitas y escondiendo la cabeza arrastró los pies para marcharse entre lamentos y sollozos. Cuando, de repente, los niños comenzaron a gritarle:


-¡No te vayas, loco, tú eres nuestro árbol de Navidad!

-¡No te vayas, loco bueno, no hagas caso de esa bruja…!


El loco, al oír de boca de los niños tal muestra de cariño, sintió como, lentamente la sonrisa de felicidad afloraba a sus labios nuevamente y, con un furor estremecedor, gritó:


-¡No! ¡No me voy! ¡Yo soy el árbol de Navidad de los niños! ¡Yo soy su árbol de Navidad!… ¡Miren…! ¡Miren cuántos regalos tengo colgados en mis ramas… Y todo para los niños!


-¿Así que de veras te crees un árbol? Le dijo el profesor que se hallaba en unión de otra profesora- (...) Pues, si es así, ¡demuéstralo con los hechos…! ¡Quédate ahí tieso como suelen hacer los árboles, y estáte tres días seguidos sin comer, sin tomar agua…! Y, así nos demostrarás que de veras, tú eres un árbol –acotó el pérfido profesor, pensando que ahora sí se sacudían al pobre demente de los alrededores de la escuela.


-¡¿Ves que eres un humano, y que de árbol sólo tienes una locura que no te deja vivir?! Le gritó la profesora, llena de indignación al ver que el loco dudaba sorprendido de tales aseveraciones, y nada respondía, a la vez, ella se hacia eco de las palabras del profesor.


El pobre orate los miraba, cambiaba una mirada con los niños y escuchaba sus súplicas de que no se fuera de la escuela a la vez que miraba a los profesores sin saber qué partido tomar. Y entonces, con un brillo de decisión y coraje en sus beatíficos ojos, llenó sus pulmones de aire y gritó al cielo:


-Dios sabe que soy el árbol navideño de los niños. Yo les demostraré a todos que soy verdaderamente un árbol de Navidad. Aquí me quedaré por esos días que me piden y tendrán que acertar, quieran o no, que yo soy un árbol de Navidad para los niños.


-¡Loco…! (Rogaban los niños) ¡No lo hagas! No lo hagas. Para nosotros es suficientes saber que tú eres nuestro árbol. Vete tranquilo a tu casa. ¡Regresa mañana, que aquí te esperaremos!


-Es que tengo que demostrarle a los profesores que yo soy un árbol de Navidad para alegrar los niños. ¡Yo soy el árbol de Navidad enviado por Santa Claus!


Y así fue. El loco estuvo tieso, sin pestañear, sin comer, sin tomar agua por espacio de dos días, y para colmo de los males, el frío arreciaba tan fuerte, que la nieve le tapaba los pies, hasta las rodillas. La noticia tomó carácter internacional. Toda la prensa del mundo había tomado parte en la inverosímil historia, y hasta estaban creando su propia leyenda. Y el loco era noticia de primera plana en los diarios y en los servicios televisivos y radiales de toda la Nación. De pronto, en los jardines de la escuela se escuchó llorar al loco y entre sus sollozos se lamentaba amargamente:


-¡Perdonadme, niños! Yo quería demostrar que era el árbol navideño de todos ustedes que tanto se lo merecen. Pero me es imposible. Siento como mis fuerzas me fallan y como si mi alma se quisiera escapar muy lejos a un lugar que desconozco. Perdónenme, oz, oz, oz, adiós…


Los niños lloraban tristemente y hasta los profesores se arrepentían de lo cruel que habían sido. El loco cayó desplomado al suelo sin ninguna señal vital. Los paramédicos trataron de socorrerlo para revivirlo, pero al recogerlo del suelo para trasladarlo, sólo consiguieron trasladar de la rodilla para arriba. Los pies había quedado enterrados entre la tierra y la nieve de aquel lugar. Los niños no podían contener las lágrimas y lloraban donde antes habían quedado sepultados los pies del pobre orate. Entonces, surgió un milagro, las lágrimas de los niños lo habían hecho. Los restos empezaron a reverdecer y por arte de maravillosa magia, comenzó a crecer una plantita que se fue desarrollando hasta convertirse en un frondoso árbol navideño de sin igual belleza y esplendor, y se escuchaba una música celestial, entonando un cántico dulce y melodioso:


-¡Yo soy el árbol de Navidad de los niños!… “¡Yo soy el árbol de Navidad!”


Fin