martes, 12 de diciembre de 2023

Don Carlos


Señores, perdonan que hoy vista mi verso
clámide luctuosa, que tenga sonido
de campana rota, temblor de lamento
o fúnebre grito de roncas cornetas
llamando al silencio…

Perdonen si hoy traigo palabras que tienen
un sabor amargo, un sabor de muerte
y triste nostalgia en los encordados
de este poema,
que es canto de pena y evocan al drama
del vuelo frustrado que apago el eco
de criollas guitarras y la voz excelsa
del trovero aquel que grabara al Tango
un cantar eterno
con gran esperanzas de amor.

En este poema sólo un nombre vale,
un nombre que miles de labios pregonan
a pesar del tiempo que ya ha transcurrido;
Y al escuchar en silencio sus Tangos férvidos
menciono su nombre con gran regocijo.

Aunque ahora nos llega su voz,
en los negros surcos que rayan agujas
o en celuloide de las viejas cintas,
seguimos sujetos al pesar profundo
que aquella tragedia marcara indeleble
en la inquieta historia del tango argentino,
canción ciudadana del gran Buenos Aires.

El pájaro herido –metálico monstruo–
con las alas rotas dió un beso a la tierra,
y en un cruel delirio de llamas ardientes
cuerpo y guitarras quedaron cubiertos
por un manto aleve de cenizas negras.

Y ya para siempre el cantor querido,
el de imagen recia, jovial y porteña,
sonriendo a la vida, sonriendo a la muerte,
se volvió recuerdo.. y para jóvenes olvidó.

Pero su nombre sigue en inmortal vigencia,
surgiendo en cada aurora
como canto encendido,
porque al escuchar su canto
nos parece vivo
como si nos hablara
desde el fulgor de las estrellas
del Astro sonoro de Carlos Gardel.

Roberto Fernandez